El artículo precedente me lleva a reflexionar sobre un punto que el FRESCO DE BEETHOVEN toca aunque de manera no explícita. El amor al arte, bajo todas sus formas, implica una austeridad de vida y una disciplina del espíritu que lleva al artista tocado por los duendes - en el sentido lorquiano de la palabra - a una vida de soledad y abstinencia en el amor. No se trata de una opción religiosa ni mucho menos por imitación: es un camino personal, y por ende distinto cada vez, que el artista está obligado a seguir por la presión del mismo arte.
Su arte abarca de tal modo la vida del artista, la engloba, sumerge y aprisiona que absolutamente nada puede interferir entre el Amigo y el Amado (el arte), para parafrasear a Blanquerna.
Este es un punto a meditar, porque la soledad acompañada del artista nada tiene de sacrificio sino de entrega y donación.
Gustav Klimt (1862-1918), la Secesión vienesa y la Novena sinfonía de Beethoven (1824)
Michelangelo y Tommaso Cavalieri
El amor tardío de Miguel Ángel
Londres muestra la relación platónica del genio con el joven Cavalieri
PATRICIA TUBELLA - Londres - 06/03/2010
En el invierno de 1532, el genio inmenso, indomable, incluso arisco, de Miguel Ángel Buonarroti, capaz de plantar cara a las órdenes del mismísimo Papa, se rendía incondicionalmente ante los encantos de un noble romano que apenas había abandonado la adolescencia. El maestro renacentista contaba 57 años y se hallaba en el cenit de su carrera cuando conoció a Tommaso Cavalieri, dotado de extraordinaria belleza, exquisitas maneras y una mente cultivada, en la corte de Clemente VII. De aquel encuentro nació un amor que se prolongaría a lo largo de tres décadas, plasmado en una serie de cartas, poemas y, sobre todo, de los dibujos más perfectos que concibiera el pulso del artista como regalo a ese joven objeto de su deseo.
Tommaso encarnó El sueño de Miguel Ángel, título de una exposición londinense que reúne desde esta semana esa colección de trabajos de estudio, ejecutados con carboncillo negro y rojo, que trascienden al mero boceto preparatorio para convertirse en obras de arte en sí mismas. Formalmente fueron concebidas como guía destinada al aprendizaje del alumno, pero ejercieron de excusa para solidificar la relación entre los dos hombres, que al parecer nunca tuvo consumación física, aunque los sonetos y misivas que intercambiaron transmitan una tremenda sensualidad. Tal era la pasión de Miguel Ángel ("Mi corazón está por primera vez en las manos de aquel a quien he confiado mi alma...", reza una de sus cartas) que permitió a Cavalieri no sólo copiar sus dibujos, sino también someterlos a juicio. El mismo artista que vetaba sus esquemas y bocetos a los ojos ajenos para ocultar todo el sufrimiento que entrañaba su obsesión perfeccionista, reclamaba sugerencias y enmiendas a un joven de sólo 17 años, tal como relata uno de sus coetáneos, el historiador Giorgio Vasari.
"Si este boceto no te complace, dímelo a tiempo para que haga otro mañana por la noche", escribe Miguel Ángel al pie de uno de los tres primeros dibujos que, de regreso a Florencia, envía a Tommaso con la escenificación de la caída de Phanteon. El resultado más logrado de sus desvelos fue el desnudo idealizado de un joven recostado sobre un globo terráqueo, el rostro de perfil encarado hacia una figura alada, que ejecutó en 1533, un año después de conocer a Cavalieri. Se trata de El sueño, obra maestra del autor y pieza estelar de la exposición en la Courtauld Gallery de Londres, que destila toda su destreza e inventiva artística.
Junto al conjunto de dibujos de temática mitológica, como El castigo de Titus o El rapto de Ganymede, una quincena de cartas entrecruzadas completa el cuadro de esta historia de amor platónico y su impacto en el trabajo de Miguel Ángel. Las cuatro epístolas de Tommaso que incluye la muestra sugieren su buena acogida al afecto del maestro. Ya casado y con hijos, permaneció hasta el final como el mejor y más fiel de sus amigos. La relación quedó circunscrita al ámbito artístico porque todo lo demás -la diferencia de edad y de extracción social, la presión del ambiente en el círculo papal, también la austeridad, soledad y abstinencia sexual que abrazó Miguel Ángel en pro de su amor al arte- acabó imponiéndose frente al placer físico.
Tommaso Cavalieri fue el hombre que sostenía la mano del gran pintor, escultor y arquitecto cuando éste fallecía, transcurridos 31 años desde su primer encuentro.
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Historia del fresco (1)
Gustav Klimt en 1908
En 1902 se organiza en Viena la XIV Exposición de la Secesión dedicada a la música de Beethoven; Klimt presenta un ciclo de 3 paneles que representan a la Novena Sinfonía y que formarían parte del decorado de un monumento encargado al arquitecto Josef HOFFMAN.
Gustav MAHLER, ya entonces en la Hofoper (Ópera de la corte), sale al encuentro de quienes denigran la obra de Klimt en nombre de la moral. Para Mahler el fresco es la perfecta representación de la humanidad doliente que aspira a la felicidad y que busca consuelo y realización en las Artes.
Pero, cómo surgió la idea de fresco?
La Novena Sinfonía de Beethoven, ejecutada a principios del siglo XX en la Ópera de Viena había impactado los espíritus artísticos de la época, de tal manera que la exposición de la Secesión fue dedicada a la música y a Beethoven en particular. La exposición de 1902, dedicada a la obra artística de Max Klinger, quería ser al mismo tiempo la exaltación de la música en torno a la estatua de Beethoven. El arquitecto Hoffman convirtió el Pabellón de la Secesión en una exposición laberíntica iniciática de la que los asistentes salían en estado hipnótico.
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